“Dos países, una isla; dos mentalidades, Un mundo”:



Reflexión sobre la migración Dominico haitiana.

Recuerdo como un sábado al atardecer, se escucho en nuestra tierra la potente voz de auxilio, que venía del vecino, de un hermano cercano.  Recurrimos al llamado, y nos encontramos con el desastre de un terremoto que azotó  a nuestro hermano país de Haití.

Le ayudamos, nuestra lengua se hizo una, nuestras diferencias desaparecieron, y nos dimos cuenta de que nuestra sangre es la misma y del mismo color.  Esa es la realidad de los haitianos y los dominicanos.  No somos distintos, somos iguales.

Pero en la medida del tiempo, hay algunos que están reclamando la tierra como una potestad heredada, como una posesión intrínseca, hasta tal punto de querer repatriar a aquellos que ayudamos y se hicieron sentir como los verdaderos parientes que tenemos.

Hoy en día, algunos de nosotros consideramos el drama haitiano y la tragedia de ellos, como que nos puede afectar,  pensando que las enfermedades, la miseria y hasta las devastaciones son una hecatombe que nos puede dañar.  De aquí que estos, que tienen miedo, han tomado medidas inhumanas para repatriar, e incluso, hasta de aplastar a aquellos que solamente han venido a vivir y  así buscar lo que Dios le ha guardado.

“Vivimos en distintos patios, pero somos hijos de la misma tierra”. Diferentes hermanos, pero con un mismo padre. Idiomas distintos, pero una misma lengua.  Esa es nuestra realidad.

Ahora está la famosa excusa de hacer las cosas por la ley; y, cuál es la ley que otorga poder sobre el otro, cuál es la ley que te dice que la tierra es tuya; eso no es más que un invento, pues las barras y las fronteras no pueden ser divisoras de vidas, sino que deben ser un marco e inicio de unidad.

En suma,  entender que: 

“Al terminar el juego de ajedrez, el rey y el peón vuelven a la misma caja”.











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