SOBRE LA CRISIS DE VALORES


El detrimento que en nuestra contemporaneidad ha surgido con respecto a los valores éticos-morales comienza a reflejar que no es más que viéndolo de manera cuasi-general, que un despliegue de las concepciones que adoptan en su gran mayoría los representantes de las élites urbanas acogidas en lo que conocemos como oligarquía.

Cuando los grupos dueños del poder en una organización humana se establecen como ley y constitución tratan de implantar y de hecho lo logran, su ideología al pueblo que gobiernan o más bien que hasta cierto punto alienan haciéndolos aceptar y llegar incluso a emular la manera de vivir que esta ideología oferta, pero ¿Podrá la clase imitadora y desprovista llegar a disfrutar del modelo que le vende la opulencia sin caer en lo que llamamos disvalores?

Aquí se encuentra el Talón de Aquiles oculto tras la apariencia que se brinda, la cual no coincide con la esencia de vida correspondiente a unos grupos sociales que en su afán de emular la opulencia caen en los más grandes abismos de descrédito moral. De este modo podemos constractar con la realidad como el hombre catapultado, en su conciencia por los medios tiende a verse tentado a adoptar una existencia inauténtica, ya que se obra con la meta de conseguir una transición en el modo de vida sin la toma en consideración de los medios empleados para ello, esto trae entonces de manera intrínseca una secuela de situaciones que desgarran la moral social una vez que ha sido concebido en el pensamiento, pensamiento éste inculcado de modo subliminal.

Dentro de las consecuencias que podemos percibir una vez ocurrido lo planteado más arriba se destaca lo que llamaremos “una avidez material”, esto quiere decir que se hace realidad en la forma de entender e interpretar el mundo del hombre, un anhelo de poseer aquello que le han vendido quienes le manipulan. De manera que esta tendencia del ser en tanto que ser existente le lleva inevitablemente a despertar en él una avaricia ego centrista radical, en la cual no hay ni puede existir un principio altruista ya que el acondicionamiento con el que cuenta el sujeto no obedece en ningún sentido a este principio o modo de actuación. La configuración con la que se ha moderado al sujeto es precisamente una configuración que obedece a su interés lucristas que se hacen presente en un segundo plano, pues a primera vista su presencia no se hace evidente.

La avidez material que hemos presentado llega como resultado de una aparición en el pensar del sujeto, que viene a estructurarse como resultado de la aprehensión que hace éste de aquel reflejo que se presenta ante él, primero como mercancía ideológica y luego como actividad empírica que puede contactar con su desenvolvimiento cotidiano por medio a los sentidos. Es aquí cuando se gesta una actitud o modo de ser en el hombre donde comienza a vislumbrar el mundo como una empresa en la cual lo único que le interesa es la apropiación que pueda hacer de la misma, desatándose ahí el individualismo adquisitivo donde el hombre sólo se mira a él mismo y sus circunstancias olvidándose de aquellos que lo rodean. Es entonces esto razón suficiente y necesaria para expresar que el devenir que se obtendrá en el ente pensante será el de un “egocentrismo”, donde me encuentro yo como centro tirando a tierra todo aquello que no acate este principio.

Se demuestra ante los ojos del hombre mismo un radicalismo tan desmedido en la obtención de aquello que busca, que su modo de ser viene a ser degenerado, perdiendo así aunque de manera paulatina los valores que de una u otra forma son exaltados por los miembros de la sociedad de la que se forma parte. Claro es que los resultados que arrojen sobre la existencia del sujeto que se guía por medio a esta manera de actuar van a repercutir de modo influyentes siempre y cuando el lucro que obtenga salte a nuestros ojos, haciendo entonces que esta forma de proceder gane cabida de extensión entre los hombres y que estos se dediquen a estilos de vidas que fomenten el delito pero que según ellos traen la felicidad tan buscada por los hombres que comúnmente ubican su norte en las riquezas, provocando que escuchemos decir frases del siguiente corte: “morirme joven pero con cuarto”.

Un aspecto o si se quiere, factor, que incide de forma directa en la problemática de las crisis de valores es el que aquí identificamos como “lucrismo desmedido”, esto nos indica que en lo concerniente al pensar del hombre se encuentra por lo general siempre presente una actitud de apropiarse de algún bien para su uso o lo que se quiera con este por lo que representa. Esta concepción por lo visto no implica la surgencia de ningún disvalor, sin embargo, cuando se comienza a mirar hacia un ascenso de bienes el sujeto que ahora los posee continúa mirando a un ascenso mayor y es en ese preciso momento en su faena de lucrarse que da apertura a una ambición extrema que fomenta el tránsito posicional ilícito surgiendo la usura que se conoce como uno de los principales medios de apropiación del capital. Es justamente ilícito el tránsito de posición que se efectúa en el individuo debido a que se produce bajo la base de la explotación y la expropiación del capitalista al proletario.

Lo que conocemos como libertinaje y que entendemos en este apartado en vinculación a la manera ética de vivir es un punto de primerísima importancia en la valoración y el análisis de la moral humana. Con el seguimiento que cada sujeto le de a su dirección de vida asumiéndola como desprendida de toda limitación en tanto que suya, es una de las situaciones que genera en medio de la convivencia social de los seres humanos una abrogación a los principios que han de dirigir y encaminar por buen camino la actividad ético-moral dentro de las normas instituidas por el Estado del cual se forma parte.
Cuando no se obedecen las normas establecidas surgen los disvalores, estos valores negativos pueden tener distintas fuentes de emergencia, pero es obvia la participación que aquí hace el principio de libre albedrío donde el hombre es quien crea su propia constitución, lo cual posee cierto valor de verdad pero que no se podría dejar a plena guisa de deseos humanos el proceder que se hace necesario para la convivencia ideal de ciudadanos ética y moralmente cultivados. Es de este modo pues vital para el buen manejo de los grupos humanos el que se establezcan y cumplan normas tendentes a mediatizar la manera de dirigirse como miembros de una sociedad y que por lo tanto las tomen como cánones o modelos para conocer como proceder en las diversas situaciones que se puedan apreciar en la ciudadanía.

Cuando se constituye en el hombre el espíritu de libertad plena sin tomar en consideración estatutos, caemos necesariamente en transgresión a la propia esencia del ser humano al no valorar la eticidad que de manera intrínseca posee el hombre, convirtiéndolo solo en un ser que actúa sin conciencia cabal de si, buscando apropiarse de aquella libertad mediante la ejecución de actos no mediatizados ni mucho menos censurados que concibe como propios de un ser libre, pero que sin embargo trastornan la balanza del equilibrio no pudiéndose hallar de esta manera la existencia de un punto medio que converja o medie entre los extremos, puesto que aquí la demasía es lo que impera como cosmovisión de aquel que siente abrazar la libertad plena, condición que en la humanidad solo podrá obtenerse en una manera utópica de contemplación del universo. Es por tanto necesario puntualizar que se hace sumamente insoslayable el que se marquen las pautas que normaran la convivencia entre los hombres.

En la satisfacción no normativa de los deseos humanos se vulganizan los actos haciendo esto que los instintos sueltos sean los que se encarguen de las directrices o riendas de las acciones hechas por los sujetos, todo esto como producto de una liberación que nos polariza a poseer una satisfacción sin mediaciones y sin correcciones de lugar de las posibles consecuencias derivadas de tal modo de actuación.

Es de costumbre saber como piensan las personas al decir que “La vida es una y hay que vivirla” en este sentido de manera tacita queda confirmado que lo que se busca aquí es la justificación de una filosofía presentista que entroniza y coloca en un pedestal los actos instintivos del hombre sin la correcta o suficiente toma en consideración de los resultados que de estos puedan desprenderse a modo de declive dentro de las relaciones ideales de trato humano.

Por: RAMÓN ANTONIO MARTÍNE HENRÍQUEZ

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